Dios… ya no quiero sufrir
Durante mucho tiempo, especialmente en mi adolescencia, recuerdo que le pedía mucho a Dios que me hiciera una persona distinta. Había tantas cosas en mi persona que no me gustaban, en mi familia vivíamos tiempos difíciles y no veía para cuando terminaran los problemas. Me sentía solo sin amigos verdaderos. Veía la vida de una forma aburrida y sin sentido. Ya estando en la preparatoria sucedió que mi abuelo materno, el cuál quería y quiero con toda el alma (mi ejemplo de vida), se puso muy enfermo, yo le pedía a Dios que lo sanara. Entré a ese cuarto de hospital junto con mis tíos, y lo vi ahí. Ese hombre que siempre lo vi fuerte, impecable, con esa mirada tan sencilla y tan buena, ese rostro que traspiraba paz y respeto, ahora lo veía débil, indefenso, simplemente esperando su momento. Mi abuelo falleció un día después. Yo no entendía por qué Dios se había llevado a mi abuelo, no entendía que estaba haciendo. Él es quien unía a la familia, era nuestro soporte, nuestro modelo para muchos.
¡Cuánto desearíamos que Dios llegara y cambiara todo lo que nos lastima! Muchos de nosotros seguro que le pedimos que nos quite el sufrimiento que nos aqueja. Tantas heridas que tenemos en nuestro corazón, nuestra misma forma de ser que “hasta nosotros mismos nos caemos mal”, nuestro pasado doloroso, la enfermedad de un ser querido o la propia. Tantos encuentros y desamores, la mujer que no se siente amada ni respetada por el hombre que ama. El hombre que no es capaz de expresar su amor por los prejuicios culturales. Así muchas cosas que vivimos a diario y que ¡tanto desearíamos que Jesús viniera, caminara por nuestras calles e hiciera un milagro cambiando todo, quitando aquello que nos lastima y nos diera lo que nosotros creemos mejor para nosotros”
Pero… Dios así no actúa. Claro que si Él quiere puede hacer milagros, pero en común no lo hace así. En realidad Dios no es un Dios mágico, que viene y quita todo el sufrimiento como por arte de magia.
Jesús lo que si hace es ACOMPAÑARNOS Y ESTAR CON NOSOTROS. Él le da un nuevo sentido a nuestro sufrimiento, nos da la fuerza para superar lo que vivimos. Hay realidades que no se pueden cambiar, pero lo que sí podemos cambiar es la actitud en como las enfrentamos. Él no vino a quitarnos la cruz que nos aqueja, pero si nos vino a dar fuerzas para cargarla, y es más, Él la carga en muchas ocasiones por nosotros.
En realidad hay muchas cosas que todavía no entiendo, mucho dolor que veo en las calles y todavía me pregunto, ¿por qué, Señor, permites esto? Pero, no debo de dudar que en medio de mis dudas, de mi miedo y fragilidad, Dios está dándome fuerzas para avanzar en el camino de la vida.
Por eso, un hombre o una mujer con fe, será capaz de comprender que en el sufrimiento no está solo. Seremos capaces de enfrentar la vida de una forma distinta, incluso con alegría en medio de la adversidad, con un rostro cálido y confiado aún en medio del dolor más grande.
Seminarista José Luis Campos Moya
Parroquia Santísimo Nombre de Jesús en Escobedo N.L.
jlcampos@hotmail.com
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